unca es tarde para atender a un notable creador, don Fulvio Testi fue un gran poeta, o eso dicen de él, un asunto que tendré que esclarecer; Rime di Fulvio Testi, editada por Solani en Modena en 1617 podrá ser útil para esa tarea. En cualquier otra ocasión pueden ser muy necesarios sus versos. Lo nuestro es vagar y errar por continentes pictóricos, mares musicales y aíres poéticos. Pura vanidad, vanidad purificadora. Nunca es tarde para celebrar los madrigales de Michelangelo Rossi [1602-1656], madrigales que con mucha seguridad nunca fueron publicados, pero han sido preservados en algunos manuscritos; los madrigales de don Michelangelo Rossi son criaturas que heredan los mejores atributos de don Pomponio o de don Carlo, hacia 1630 escribir unos madrigales en ese estilo tenía mucho de estilo, si me perdonan la insistencia, que no es gratuita. Fueron presentados a Don Antonio cardenal Barberni, el joven hermano de Don Francesco cardenal Barberini. Hay, por tanto, una profunda marca antiespañola en estos madrigales, quiero decir en este O prodighi di fiamme, un madrigal a cinco voces como todos los que compuso Rossi. Quizás la más evidente la impresa de don Fulvio, aunque no con toda seguridad la más vehemente. En una ocasión como ésta puede permitirse cierto grado de exageración, incluso un grado excesivo. Hay muchos libros de madrigales, y cuando digo muchos no quiero menospreciar a ninguno, y entre esos libros los hay que tienen fama, cierta fama, justa fama, los hay que no tienen tal fama, pero son libros supremos, y por tanto, supremas páginas musicales. Pronto tropezaremos con Domenico Mazzocchi y no me parece mal introducir algunas palabras de Mazzocchi, palabras que debió de madurar a finales de la primavera de 1638, cuando una colección suya de composiciones que incluía algunos madrigales estaba preparada para salir a la luz. Allí decía Mazzocchi que los madrigales eran las frutas más refinadas ofrecidas por la Música; frutas no nos faltan gracias a la Garzoni, entre todas ellas sería difícil escoger algunas por delante de otras, igual sucede con los madrigales, pero forzado a escoger creo que más de uno escogería ese O prodighi di fiamme, por refinamiento no quedaría atrás. Se quejaba también Mazzocchi de que el madrigal había sido apartado de las Accademias italianas y, ciertamente, muchas lo habían hecho. Y atestiguó el renacimiento de esos madrigales bajo la protección del gran cardenal Barberini, Don Francisco, en especial concurrencia de voces y violas. Martin Kirnbauer abre con ese fragmento del prólogo de Mazzocchi sus notas al disco por el que viajamos; es bueno recordarlo y considerarlo con mucho respeto. ¿O no hay que tomarse en serio lo que escribió Mazzocchi?
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Treinta y dos madrigales nos dejó el signore Michelangelo Rossi. Una colección de madrigales de factura muy especial, una verdadera colección de curiosidades cromáticas. Cuidadosas copias manuscritas han permitido que esa colección llegue hasta nosotros. Se trata de una colección que difícilmente podría haber tenido una edición comercial y a la que debió faltarle algún padrino, se trata de una sucesión de madrigales pintados con una profusión de giros en las progresiones, algo fuera de lo común, todo resuelto con perfección, como si la tarea hubiese sido natural. Treinta y dos madrigales que debieron de hacer las delicias del selecto conclave reunido en el salón oval del Palazzo Barberini. Los treinta y dos madrigales son una faceta entre las muchas que el signore Michelangelo Rossi ofreció, en cada faceta Rossi demostró que supo brillar. Encontraremos al signore Michelangelo Rossi en otras facetas. Ahora consideremos los treinta y un madrigales que junto con el O prodighi di fiamme forman la suprema herencia madrigalística del signore Michelangelo Rossi.
Los viajes son oportunidades únicas para descubrir y para ordenar descubrimientos. Llevamos recorridos apenas unos pocos predios y amenas playas y hemos realizado ya algunos apuntes generales sobre cuanto se nos ocurría ante el paisaje que divisábamos. Pero conviene poner los acentos, o no ponerlos, para que las cosas adopten su mejor sentido. Hemos recorrido madrigales y canzonas siempre bajo la luz de polifonías cargadas por el peso de su expresión. Sucede que las cosas se pueden ver de diferentes maneras y que diferentes maneras pueden ver una misma cosa. No hablamos de gustos, no, en el mismo círculo de los fundamentos teóricos no encontraremos certidumbres indiscutidas, por más que algunos las quisieran salvaguardar como certidumbres indiscutibles. Nuestro viaje por el salón que Giovanni Battista Doni administraba para Don Francisco vuelve una y otra vez a tropezarse con recurrentes formas; pero como todo buen geógrafo debemos saber ver más allá de las formas, como los geógrafos debemos saber que cada cerro y cada montaña tiene su origen, y que las formas pueden ocultar muchas sorpresas. Ya en 1551 Nicola Vicentino y Vicente Lusitano se enzarzaron en una disputa sobre la vigencia del Genera cromático. Con Vicentino se desarrolla un fértil campo de experimentaciones. Giovanni Battista Doni, entregado con devoción a sus estudios, ampliaría esas experimentaciones. El Compendio del Trattato de’ generi e de’ modi della musica que Doni publicó en 1635 es un estupendísimo estudio musical, de lo mejor de aquellos tiempos, su vigencia ha corrido la misma suerte que las inquietudes que lo hicieron nacer, afortunadamente lo podemos leer, aunque los instrumentos que pudieran implementar sus planteamientos han desaparecido, esfumándose en el olvido. Doni contó con una erudición asombrosa, unida a una inteligencia brillante, junto a todo ello dispuso de la colaboración de un amplio grupo de músicos profesionales, y añadió la consideración de la literatura musical a su alcance. Un vértice musical, algo así debió de ser Doni. En mitad de sus estudios y colaboraciones, entre el final de los veinte y comienzos de los treinta, llegaría a Doni la colección de madrigales de Michelangelo Rossi. Dinko Fabris protestó con vehemencia ante los atropellos que él entendía habían sufrido los madrigales napolitanos en el disco que consideramos. Debió haber intentado considerar que eran los madrigales de Doni, ya no eran esencialmente pinturas musicales de Nenna, o de don Carlo, tampoco de Rossi. En aquel salón oval la música sufría las mismas tensiones que el círculo, perdía su forma pero no su espíritu. Tratados en el laboratorio de Giovanni Battista Doni los madrigales salían purificados y enriquecidos, ya no eran lo que habían sido, o, tal vez, eran mucho más lo que habían sido. Todo depende de una cuestión de matiz. O prodighi di fiamme aparece como un fuego mucho más puro, una llama de color azulado.
Voy a permitirme elevar al cubo mi capacidad de cita, no voy a citar lo que escribí en 2005 en algún oscuro sitio de cuyo nombre ya no puedo acordarme, hace ya tanto tiempo, pero lo voy a recordar, de Doni no consigo olvidarme. Evidentemente ya aquel reto no tiene sentido, si alguien nos ha leído ya sabrá quién era Doni, pero lo que me interesa al convocar mis recuerdos es la vetusta cita a la Lyra Barberina. Hubiese sido el colmo de la dicha que alguno de los madrigales que adornan el disco hubiese sido acompañado por tan extraordinario instrumento. Retaba a que me dijeran quién fue Giovanni Battista Doni [1595-1647], aristócrata florentino; y lamentaba que una de las mentes más privilegiadas del siglo XVII, fuese hoy un nombre ignorado incluso para muchos entendidos en música; con su vida y obra ignorada se pierde la perspectiva de la misma música de aquellas décadas del siglo XVII. Un disco aparecido por aquellos días había iluminado con claridad ese fascinante mundo, un mundo que podemos sugerir mencionando l‘accademia delle viole del cardenal Francesco Barberini. Allí podríamos encontrar a Doni; y, de hecho, en ese disco encontramos a Doni no sólo como demiurgo sino también como presencia material, pues una pieza de Pietro Eredia, o Heredia, con texto del propio Santo Padre Urbano VIII -Maffeo Barberini-, Passa la vita, la podemos disfrutar gracias a que fue recogida por Doni en esa obra que ya hemos citado, Compendio del Trattato de’ generi e de’ modi della musica, Roma, Andrea Fei 1635. Tenía yo entonces la impresión de que distábamos mucho de tener una idea exacta de lo que nos depara la investigación de aquellos tiempos y por consiguiente era mucha la diversión que nos esperaba, no me equivocaba; volvía, con un nuevo reto planteado, esta vez se trataba de una proposición atrevida, nada menos que la construcción del hermoso instrumento que hoy les he presentado; fruto del ingenio de Doni, tras largos meses de estudio e investigación, lo plasmó en un tratado o ensayo que terminó hacia 1635 y que nunca podría ver impreso, por diversas circunstancias, Doni dedicó al Papa la obra y llamó al instrumento Lyra Barberina, qué mejor nombre para un Papa de la familia Barberini ; un instrumento con unas capacidades fuera de todo lo que yo pudiera imaginar hasta que Doni llegó para iluminarme y que aún me asombra.
Es cierto que la Lyra Barberina es el más famoso de los instrumentos desarrollados por Doni, pero no fue sino uno entre los muchos que apuntó y plasmó. Eran los instrumentos para poder articular el concepto de música que se deriva de sus estudios sobre los tonoi, modos y genera de los antiguos griegos, instrumentos «panharmónicos». Doni contó con el apoyo de muchos compositores, entre ellos siete magníficos compositores que Palisca cita con atención especial, no consiguió atraer a Monteverdi en esa tarea, aunque las relaciones de Doni y Monteverdi son amplias y están muy bien ilustradas en buenos estudios. De aquellos siete compositores magníficos que colaboraron con Doni citaremos sus nombres: Frescobaldi, Domenico Mazzocchi, Eredia, Capponi, Castelli, Luigi Rossi, Pietro della Valle. He citado a Claudio Monteverdi; sobre un madrigal de don Claudio me gustaría decir algo, no por desviarme del asunto que nos ocupa, antes al contrario, muy a propósito de lo que tratamos. En 1614 Monteverdi publica su sesto libro de madrigali que contenía, entre otros, madrigales a cinco voces que se basaban en lamentos, uno de ellos el de Ariadna, noticias del asunto las ofreció en 1610 Bassano Cassola en una carta. El sesto libro de Monteverdi es su libro más experimental. El lamento como tal ya existía, y la decisión de incluirlo en forma polifónica en el sesto libro se debe a una comisión de un caballero veneciano. Lo conocemos gracias a Doni. En este punto es dónde ilustraremos la conveniencia de considerar este asunto monteverdiano en esta parada en el madrigal O prodighi di fiamme. Éste es el segundo madrigal a cinco voces que encontramos reducido a cuatro partes instrumentales y una línea superior vocal en nuestra navegación por el disco.
Y será visto que la voz sola siempre canta bien y con buen aíre, pero en el concerto para varias voces, frecuentemente se pueden oír ciertos pasajes que son menos que afortunados y acomodados para las palabras, tal y como es el caso del comienzo del bajo … lasciatemi morire … / … Cuánto mejor hubiese sido si el caballero veneciano en vez de hacer revisar esa Arianna -verdaderamente la joya de sus [Monteverdi] composiciones- como un madrigal hubiese hecho escribir un acompañamiento para cuatro partes instrumentales de la mejor manera posible para seguir a ésta más que bellísima aria en una sola voz.
Me he permitido una traducción apresurada de los textos de Doni, imagino que una buena revisión de la traducción sería deseable pero espero que el fundamento sirva de prueba. Esa forma de expresión, una voz acompañada por partes instrumentales, era la preferida por Doni. Una polifonía mejorada. De cuantas interpretaciones se han realizado de ese madrigal del sesto libro de Monteverdi hay una que tengo en un lugar preferencial, se trata de la de Marco Longhini en Naxos. Imagino que ustedes esperan como yo que algún día se pueda disfrutar de ese madrigal con el concurso de cuatro violas. Efectivamente, esa interpretación es mi preferida; pero hay un disco en el que el mundo del lamento de Ariadna queda bien reflejado, allí están los dos modelos de don Claudio, a voce sola y a cinco, junto a esos modelos algunas réplicas de sus contemporáneos, faltan los madrigales a cinco de Giulio Cesare Antonelli y de Claudio Pari, pero aún así el disco es un planteamiento extraordinario del asunto. Yo, con el perdón de don Claudio, estoy muy de acuerdo con el signore Doni. Aquellos tiempos fueron muy fructíferos, es una lástima que ahora se reduzca todo a unos esquemas simples y monótonos. Yo creo que se ha apuntado algunas cosas interesantes, no pocas para lo que es habitual, me gustaría ir cerrando este capítulo del viaje dedicado a los madrigales de Michelangelo Rossi. En este punto voy a hacer una breve parada para mirar a mis espaldas antes del dulce intermedio que nos espera, me parece ver la silueta de un hombre, ¿qué podría quedar de un maestro de cappella de la catedral de Vicenza? ¿una silueta, una sombra? poco más en cualquier caso. Si ha llegado hasta aquí lo habrá convocado nuestro encendido madrigal.
A él le fue querido. Nuestra figura borrosa tuvo nombre, fue Gasparo Filippi, su vida transcurrió en Vicenza; lejos de allí duerme un libro que le ocupó algún tiempo, él sí pudo publicar algunos de sus madrigales, lo hizo en compañía de otras canciones y de sonatas; todo fue publicado en la stampa del Gardano en 1649, unos tres años después de que don Fulvio muriera en la mazmorra; en la portada de la publicación veneciana podemos ver que además del puesto citado tenía el honor de ser miembro de la Accademia Olimpica. Musiche di Gaspare Filippi … Venecia 1649, es el título de la publicación, como ya he dicho descansa en Polonia, en los fondos de la Universidad de Wroclaw. Contiene una docena de madrigales a los que aseguro buena fortuna tras su largo sueño, y nueve sonatas que no tardaran en hacerse un hueco en algún disco. El que sólo Rossi y Filippi hayan musicado O prodighi di fiamme puede excusar este paréntesis pero si me he detenido es sobre todo porque la sombra de don Gasparo está unida al eco de las violas en Italia, junto a nombres como Montalbano, Buonamente, Waesich, Mazzocchi, Salvatore, Ferro, Falconieri, o el mismísimo Monteverdi, Filippi y su Musiche de 1649 hacen resonar una y otra vez las violas, su Musiche tiene partes para tres violas, ademas de para los violines, y no sólo para armar sonatas; razones como ven muy considerables para fijarnos en una desdibujada silueta en estos instantes finales que compartimos con O prodighi di fiamme. Pero sería imperdonable despedirnos de este O prodighi di fiamme sin volver a mencionar al autor de los versos, a don Fulvio Testi, Conde Testi, que nació en 1593 y murió en 1646; un súbdito del Duque de Ferrara que siguió a los d’Este a Módena. Siendo un joven saltó a la fama por sus versos que comienzan con Il pianto d’Italia, un desgarrador llanto de rabia ante el dominio que los españoles tenían sobre Italia. El Conde Testi fue un agente del espionaje francés, pero fue sobre todo un hombre de letras, un poeta sublime. En cuanto tenga un poco de tiempo me propongo rescatar algunas de sus poesías. La vida del Conde fue muy ajetreada, me recuerda a la de aquel gran literato español que fue Quevedo. Ambos visitaron la prisión sin que sepamos las razones, razones que debían de ser de mucho peso. Quevedo consiguió salir del calabozo pero el Conde no, allí murió, seguramente asesinado. O prodighi di fiamme es uno de los versos más elegantes que yo he leído, yo diría que tiene esa gracia de la que algunos hablaban al referirse a pintores como Reni; es decir, una maestría superior a la hora de tratar con la belleza, un regalo divino para pintar bellamente. No todos pueden alcanzar ese nivel, los dioses son caprichosos. Lo cierto es que los versos del Conde son supremos y que la música de Michelangelo Rossi brilla paralela a la poesía de don Fulvio. Volviendo a Rossi, la misma gracia conceptual de don Fulvio la encontramos en las progresiones de Rossi; el madrigal se abre en G y termina en F#, algo de lo más curioso y que pocos podrían impedir que se convirtiera en un desastre, Rossi, por el contrario, lo convierte en un triunfo, para pintar alguna palabra llega a utilizar un C##, y todo con una elegancia y naturalidad asombrosa. A Doni le gustaba que esas rarezas quedaran bien ejecutadas, escuchen ustedes con atención el madrigal y la perfecta y asombrosa progresión cuando Evelyn Tubb canta acompañada por las cuatro violas … e voi scarsi men siete, sería una lástima que notas como esa C## quedaran confundidas entre cinco voces, Doni la resalta y se complace en ella. O prodighi di fiamme.